Sherman Alexie
Michael se estaba quitando la camisa en el cuarto de
lavado cuando su hijo, de 11 años, entró.
“Papá, ¿Que te pasó en la espalda?”
La espalda de Michael estaba llena de cicatrices debido
al acné de su juventud. Avergonzado de su piel, nunca le habían dado un masaje.
Incluso después de 20 años de matrimonio todavía usaba una playera cuando hacía
el amor con su esposa.
“¿Te quemaste?” Preguntó su hijo.
“Me hirieron en la guerra”, contestó Michael.
“¿Cuál guerra?”
“La Guerra de la Pobreza” dijo. “Yo era pobre, tenía
un seguro médico deficiente. Nadie me dijo que podía tratar médicamente mi
piel, ni mis padres, ni los doctores. Nadie”.
“Lo siento”, le dijo su hijo. “Quisiera borrarte esas
cicatrices”.
“Eres un muchacho maravilloso, ¿sabías eso?”
“Por supuesto” dijo el niño, y sonrió.
Ese día, más tarde, Michael vio a una mujer guapísima
en un restaurante. Sus ojos eran azul oscuro, como un río subterráneo iluminado
por una fogata. Pero su cara estaba picada por las cicatrices del acné. Cráteres
profundos donde Neil Armstrong podía plantar una bandera. Michael se preguntó
si la mujer creía que era hermosa. ¿Se miró al espejo y sólo vio las
cicatrices?. Michael sabía que tenía suerte de que sus cicatrices estuvieran en
su espalda. Sólo podía verlas si hacía gimnasia frente a un espejo. Por un
momento pensó en acercarse a la mujer y decirle que era muy guapa, que él
entendía lo que significaba avergonzarse de la piel de uno. Pero, ¿No recordar
la vergüenza sólo causa más vergüenza?.
Esa noche Michael se quitó la camisa y le pidió a su
esposa que le diera un masaje en la espalda.
“Haz de cuenta que mis cicatrices son estrellas”,
dijo. “Y dime si ves alguna constelación”. ◊
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