Saturday, November 29, 2014

El caso de los pastelitos envenenados



Masao Masuto iba tarde a su sesión matutina de meditación. Pasaban ya varios minutos después de las  8 de la mañana y seguía sentado con las piernas cruzadas, en la sala soleada que usaba como sala de meditación, como un buda con una bata color azafrán.  Kati, su esposa mandó a sus dos hijos a la escuela en medio de susurros y luego se detuvo a ver la figura de su esposo. ¿Se había quedado dormido? Esa debería ser lo último en las sesiones pecaminosas de meditación, en caso de que hubiera tales sesiones.

Ella no meditaba, era demasiado, le dijo una vez a su esposo. Era mucho administrar la casa y estar al cuidado de los niños- además de que no sentía que hubiera necesidad. Ella no era policía, ¡gracias a dios! Su esposo lo era.
Estaba en la cocina, preparándole el desayuno cuando lo oyó levantarse e ir al baño a vestirse. Unos minutos después  se inclinó y la besó en ese punto donde se unen el cuello y la espalda.
“Eso no lo arregla todo”, le dijo ella.
“¿No está todo bien?”
“He estado leyendo un artículo de Betty Friedan. Sobre mujeres. ¿Sabes lo que dice de las mujeres japonesas?”
“Ah, entonces, ¿Desayuno aquí o como algo afuera?”
“Tu desayuno ya está en la mesa”.
“Eres la más maravillosa de las esposas” le dijo Masuto.
“Sólo porque nunca defiendo mis derechos. Sono Asie está haciendo un grupo para crear conciencia entre las mujeres nisei. Me pidió que me uniera”.
“¿Me estás diciendo o preguntando?”
“No estoy segura”.
“Es una idea excelente”, dijo Masuto.
“¿Estás de acuerdo?”

“¿Por qué no? Tener conciencia es lo mejor en cualquier situación, y si descuidas mi casa y mis hijos, puedo divorciarme de ti y encontrar a una verdadera mujer sumisa”
“Porque siempre me estás cotorreando?
“¿Quién, yo? Nunca”. Terminó de comer, se levantó y la abrazó. “Te amo. Únete al grupo que quieras. Me tengo que ir”.
“A la violencia, crimen y muerte. Ahora tendré otro día de preocupación”.
“Claro que no”, dijo Masuto divertido. “No ha habido muertes violentas en Beverly Hills en cinco semanas. De hecho, no me sorprendería que cerraran el departamento de homicidios. Sería un policía común y corriente regañando a los hijos de los ricos que consumen cocaína y dando clases a las señoras de cómo cuidar sus enormes mansiones para que no las roben”.
“Eso no me haría infeliz”, le dijo Kati.

Pero a él ¿lo haría infeliz? Enfiló su auto por la avenida Motor desde Culver City, donde vivía, a Beverly Hills. Llegó a la estación de policía en la calle Rexford, se estacionó y subió las escaleras. En su oficina, Sy Beckman, la otra mitad de la división de homicidios estaba en su escritorio.

“La policía de Los Angeles tiene en la morgue un cadáver que quiere que veas”.

Howard Fast 
aka E. V. Cunningham

Holt, Rinehart and Winston
1979, New York.