Masao Masuto
iba tarde a su sesión matutina de meditación. Pasaban ya varios minutos después
de las 8 de la mañana y seguía sentado
con las piernas cruzadas, en la sala
soleada que usaba como sala de meditación, como un buda con una bata color azafrán. Kati, su esposa mandó a sus dos
hijos a la escuela en medio de susurros y luego se detuvo a ver la figura de su
esposo. ¿Se había quedado dormido? Esa debería ser lo último en las sesiones
pecaminosas de meditación, en caso de que hubiera tales sesiones.
Ella no
meditaba, era demasiado, le dijo una vez a su esposo. Era mucho administrar la casa y
estar al cuidado de los niños- además de que no sentía que hubiera necesidad. Ella
no era policía, ¡gracias a dios! Su esposo lo era.
Estaba en
la cocina, preparándole el desayuno cuando lo oyó levantarse e ir al baño a
vestirse. Unos minutos después se inclinó y la besó en ese punto donde se
unen el cuello y la espalda.
“Eso no
lo arregla todo”, le dijo ella.
“¿No está
todo bien?”
“He
estado leyendo un artículo de Betty Friedan. Sobre mujeres. ¿Sabes lo que dice
de las mujeres japonesas?”
“Ah,
entonces, ¿Desayuno aquí o como algo afuera?”
“Tu desayuno
ya está en la mesa”.
“Eres la
más maravillosa de las esposas” le dijo Masuto.
“Sólo
porque nunca defiendo mis derechos. Sono Asie está haciendo un grupo para crear
conciencia entre las mujeres nisei. Me pidió que me uniera”.
“¿Me
estás diciendo o preguntando?”
“No
estoy segura”.
“Es una
idea excelente”, dijo Masuto.
“¿Estás
de acuerdo?”
“¿Por
qué no? Tener conciencia es lo mejor en cualquier situación, y si descuidas mi
casa y mis hijos, puedo divorciarme de ti y encontrar a una verdadera mujer
sumisa”
“Porque
siempre me estás cotorreando?
“¿Quién,
yo? Nunca”. Terminó de comer, se levantó y la abrazó. “Te amo. Únete al grupo
que quieras. Me tengo que ir”.
“A la
violencia, crimen y muerte. Ahora tendré otro día de preocupación”.
“Claro que
no”, dijo Masuto divertido. “No ha habido muertes violentas en Beverly Hills en
cinco semanas. De hecho, no me sorprendería que cerraran el departamento de
homicidios. Sería un policía común y corriente regañando a los hijos de los ricos que consumen cocaína
y dando clases a las señoras de cómo cuidar sus enormes mansiones para que no
las roben”.
“Eso no me haría infeliz”, le dijo Kati.
Pero a él ¿lo haría infeliz? Enfiló su auto por la avenida Motor desde
Culver City, donde vivía, a Beverly Hills. Llegó a la estación de policía en la
calle Rexford, se estacionó y subió las escaleras. En su oficina, Sy Beckman,
la otra mitad de la división de homicidios estaba en su escritorio.
“La policía de Los Angeles tiene en la morgue un cadáver que quiere que
veas”.
Howard Fast
aka E. V. Cunningham
Holt, Rinehart and Winston
1979, New York.